Una catástrofe se alinea detrás de la otra, y ver un futuro parece cada vez un sueño más frágil. Un libro acerca de buscar formas de creer en otro mundo y encontrarlas en el cotidiano, en amigos, en canciones, en islas imaginarias cuando se hayan derretido los polos. Una angustia tan personal como común: no querer que se acabe el mundo. O encontrar maneras de creer que puede existir otro mundo.
No quiero que se acabe el mundo viene de una angustia personal que cada vez se hace una realidad más presente: el fin del mundo. Todo un futuro aparece frente a nosotros, pero las constantes catástrofes hacen que su promesa sea crecientemente desalentadora, donde la fecha de término es más cercana que nuestra esperanza de vida. Así, une historias que no tratan tanto de la proyección de un futuro. Más bien, una novela gráfica sobre cómo habitar el presente –con banda sonora incluida, para que al menos nos vayamos con buena música de fondo–.
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